Probablemente no sepas, te lo voy a contar, yo fui el artífice de que Burundi lograra el tercer puesto del torneo Northchamp. La historia es así:
El partido había terminado 4 a 4 luego de una mediocre actuación mía. En defensa había cumplido un rol aceptable pero en ataque fui un desastre. Me erré tres goles que estaban hechos.
El primero fue en el primer tiempo. Estaba sola contra el arco para empujarla con la brisa del pie. Decidí cabecear y se fue para cualquier lado.
En el segundo tiempo tuve otras dos chancees. Un cabezazo sin marca que se va desviado. Que perra, pensé.
En último minuto, un mano a mano con el arquero. La oportunidad que todo defensor sueña, recibir de espaldas, solo contra el arco, patear y arrancar un alocado festejo. Giré, mal y lento, miré a la pelota, estaba limpia y suave en las manos del guardametas. Trágame tierra ¿Lo pensé o lo dije? Da lo mismo.
Así llegamos a los penales. El año anterior habíamos perdido en la misma instancia. Burundi, por su gente que siempre queda, merecía gloria.
Sabiendo que a Doma y al Rolo no les iba a poder sacar el penal grité: "Canto tercer penal". Yo sabía algo que los otros no. Se pateaban solo tres penales por equipo.
En el momento de la definición el equipo se abrazó en la mitad de cancha. El primero en patear fue Doma, le rompió el arco como aquellas veces que solía ganar zapatillas en los recreos del secundario en interminables desafíos de penales contra el Mathoska.
Llegó el turno del contrario y la Boquita Martinez de Hoz, arquero impredecible y entusiasta, casi la saca. Estábamos igualados en uno. Rolo, integrante del Burundi por sentimiento, le pegó tres dedos al ángulo ¡que golazo! A esta altura yo estaba muy nervioso. Veía imposible que ellos erraran y entonces yo me vería obligado a meter.
¿Qué hay que hacer en las situaciones difíciles? Boquear, boquear y boquear. Lo miré a Pasto Martinez, qué había sido incorporado temporalmente como refuerzo para que desborde con su saltarina gambeta, y le dije: "Pasto, yo muero con la mía". Él me contestó: "Sí, a morir".
Después de eso paso lo impensado. El segundo pateador de ellos la tiró al campo de Pinos de atrás del arco. Pensando que cagones que son, grite "Vamos Carajo!" y me fui a agarrar la pelota.
Cuando agarré la pelota el mundo se detuvo. Mi planeta era de 10x10 mts. Más allá de mí era solo oscuridad. Después, me enteraría que mis compañeros gritaban:"Vamos Cabo", que un veedor comía snickers, que las chicas detuvieron su partido para ver la definición y que el Pelo, jugador de distracción, estaba con un chori y papas fritas.
El arquero intentó hacer la de los grandes goleros que no me acuerdo qué. Pero que épico. Saltaba de un palo a otro agitando los brazos. El referí, en clara muestra de "Guiño, Guiño", le ordenó que se detuviera.
El mandamás del terreno pitó.
Tome una carrera en ¾ de velocidad y a 1 metro de la pelota, emulando a Ariel Ortega, el gran titiritero de los pies , bajé a ¼ mi velocidad. Alcé la vista:
El guardavalla se estaba inclinando para su derecha; El pelo le estaba metiendo ketchup a la papas; y mi empeine inclinó la dirección para la izquierda del arquero a media altura.
¡Que Golazo!
En ese momento no pasa nada por la cabeza del jugador. Te lo afirmo yo, el que metio el gol. El que lo diga o contrario miente. Simplemente corres y corres.
Giré 180 grados y fui corriendo a abrazarme a mis compañeros que corrían hacía mí. Inesperadamente a solo 1 metro del gran motivador Tucán Servente giré, a máxima velocidad, 90 grados para mi derecha.
Ahí estaba ella. Esperando al costado de la cancha. De una presencia gigante que cualquier hombre la iba poder notar y desear. Blancas, dos piernas altas y tubulares. De espaldas a una cancha de 11 para prevenir que las pelotas invadan nuestro épico terreno de batalla.
Cuando estaba por llegar, pegué un descabellado salto de palomita y me estrolé de cabeza contra la red.
¡Que festejo querido! Digno de los grandes goles.
lunes, 22 de junio de 2009
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